Ni de la primera hora, ni de la última. O sea, al Estudiantes que por cinco minutos no fue Campeón del Mundo, le reconozco sus resultados, pero nunca me enamoró. Y aclaró también que recién hoy, a 15 meses del desenlace, he logrado enfriarme lo suficiente como para empezar a pensar en que me dejó el Mundial de Brasil. Amén de una enorme tristeza por la Copa que se nos escapa ahí, cuándo debimos haberla ganado.
Y en tren de hacerlo diré que principalmente me dejó estas reflexiones, pensamientos acerca del modo de liderar un equipo, del modo en que Sabella lideró su propio equipo, independientemente del resultado que obtuvo. Porque el resultado pudo haber sido el que fue o cualquier otro en función de un centímetro de suerte: aquel rebote afortunado en una rodilla suiza, ese arrebato de intuición para oler la dirección de un penal, o este instante fatal en que esta media tijera de Goetze se clava en el segundo palo describiendo una trayectoria físicamente imposible, cuando ya no hay tiempo para volver a ilusionarse.
Digo que hay tres cosas que Sabella hizo que me provocan alguna reflexión:
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La primera es la capacidad para el replanteo estratégico crítico y flexible. Ser Argentina encierra un dilema que no tienen otros grandes, como por ejemplo Alemania, Italia o Brasil. ¿Por qué? Porque Argentina está obligada a ganarle a todos, menos a estos grandes. Frente a ellos está obligada a no hacer un papelón. Eso fuerza a manejar planteos alternativos, a contar con una filosa autocrítica para evaluar cuando aplicar un esquema u otro y a desarrollar gran flexibilidad para transformar el planteo vigente en el planteo necesario. Y Sabella tuvo las tres competencias.
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La segunda es la escucha activa y profunda de las necesidades del equipo. Recuerdo un episodio durante el partido contra Nigeria. Van veinti y pico del segundo tiempo y Argentina ya gana 3 a 2. Se clasifica con puntaje ideal. Pelotazo en profundidad para Messi que trepa, disputa la posición, la gana y llega exigido al remate. Muy exigido, en rigor. Llega sobre la marca misma del central, que lo bloquea y le provoca una caída. No es faul en el área. Es el vértigo de la disputa lícita, pero hay riesgo físico, claro. La pelota sale al córner. Mascherano busca al banco con la mirada. Lo encuentra a Sabella al borde de la cancha. Lo mira con seriedad, se lleva el índice derecho al ojo izquierdo y luego abre los brazos, los deja caer, palmas hacia arriba. Le está diciendo: “Ojo Alejandro, cuídalo al crack. Van veinte del segundo, partido liquidado, clasificación asegurada. No lo vamos a arriesgar ahora…” Sabella responde con un: “Si, si…”, da media vuelta, llama a sus asistentes, consulta algo bajito, vuelve a mirar a la cancha, lo encuentra a Masche y le confirma que se hace el cambio. En 5 minutos Palacio estaba en cancha y Messi descansando para enfrentar a Suiza. En los noticieros, los programas de chimentos, las audiciones radiales y las señales de humo del día siguiente escuché una sola campana respecto de este evento: la descripción de un Sabella rehén de Messi y Mascherano. Yo vi otra cosa, pero por ahí estoy equivocado. Vi a un líder activo, atento a la comunicación en tiempo real con su equipo, interpretando las necesidades de quienes comprometen su físico y pueden ayudar a mejorar las decisiones, consultando con los pares técnicos y dando feedback instantáneo. Vi un gran líder en estas actitudes de Sabella. Un líder más grande que sus circunstancias. Qué lástima que no hayamos estado preparados para aprovecharlo.
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La tercera cuestión que hizo Sabella y me provoca una inevitable reflexión, es volver a su casa. Era lunes 14 de julio. Quizás había pasado 40 horas sin dormir. Quizás le duraba aún la tristeza de haber dado todo para ganar, la tristeza de merecerlo, pero ser finalmente derrotado. Allí en Tolosa el DT parece haber tenido su verdadera bienvenida. La de sus vecinos, la de su barrio, un barrio más, ni tan humilde ni tan acomodado, ni tan grande ni tan chico. En su mirada había agradecimiento, si en la mirada de Sabella había agradecimiento. Y en la mirada de los vecinos que se acercaban a recibirlo había afecto, no agradecimiento. El afecto que se le reconoce a un tipo honesto, responsable, trabajador. El afecto debido a un par generoso que dio todo y mereció mejor suerte.
¿No será mucho? Y qué sé yo… Al final ¡¿quién puede decir que cosa es cierta y cual no?! Yo no sé si Sabella realmente pudo replantear su norte con autocritica y flexibilidad o en realidad estuvo dando tumbos y lo ayudó la suerte. Tampoco si supo estar atento a la comunicación permanente con sus jugadores y pares, o si en realidad es un rehén de Messi y Mascherano. Y sobre todo, ¿cómo saber si, a la hora del retorno, efectivamente sus vecinos lo miraron con el afecto que se les reconoce a las buenas personas?
Sin embargo sí sé que me gustaría que estas tres cosas fueran ciertas y que todos los que nos ilusionamos con Sabella y su selección hayamos encontrado por un ratito, algún modelo para inspirarnos y liderar mejor. Qué lindo creer, a pesar de la amargura del Mundial perdido, que es posible repensarnos y crecer a partir de conductas nobles. Ojalá las haya tenido Sabella. Y si no las tuvo poco importa. Animarnos a tenerlas nosotros es suficiente antídoto contra nuestra propia mezquindad.