“El público se instala en las butacas. Se levanta el telón y durante algo menos de tres minutos se desarrollan unos diálogos insustanciales. Baja el telón y la gente sale al pasillo a fumar. Allí, inesperadamente, uno de los carameleros estrangula a un acomodador y hace saber a voz en cuello que se trataba del amante de su mujer. Intervienen el boletero y la chica del guardarropa. Entre todos van dando a conocer un drama complicadísimo. En cierto momento, la chicharra anuncia que ha terminado el intervalo. El público pasa a la sala. Allí tiene lugar otro acto de dos minutos y luego se invita a la gente a un segundo intervalo. En definitiva, la obra transcurre en el pasillo y finaliza con la muerte del caramelero. Los espectadores no siempre supieron captar esta sutileza, especialmente aquellos que, por no ser fumadores, permanecían en sus butacas durante los sabrosos entreactos.”
El Libro del Fantasma
Alejandro Dolina
Explorando sobre las relaciones de mutua determinación y reciprocidad entre el ARTE y la CIENCIA, evocamos al Pensamiento Clásico. Recordamos por ejemplo que en “Fedro”, Platón señala que la Idea de Belleza tiene un privilegio sobre las demás, pues mientras en la Tierra no hay imágenes de la Sabiduría, sí las hay de la Belleza. Las cosas bellas pueden apreciarse con la vista como sentido, mientras las cosas sabias no. Luego Paula señaló que en “Hipias el Mayor” el mismo Platón busca averiguar qué es la belleza a partir de la discusión entre el propio Hipias (Padre de los empiristas y relativistas) y Sócrates (racionalista y absolutista). Para el primero, lo bello se capta con los sentidos (digamos por ejemplo que lo bello es una muchacha hermosa). Para Sócrates, en cambio, la belleza es una Idea que se contempla con la inteligencia. Es la idea que permite que las cosas terrenales sean bellas. Hipias atiende a la apariencia, pero Sócrates bucea más profundo y nos invita a discriminar apariencia de esencia. Algo puede “parecer” bello y no serlo y también puede darse la situación contraria. Finalmente, para Platón, la justicia, la templanza y todas las demás Ideas o contemplaciones supraempíricas no tienen un reflejo en imágenes en este mundo. Pero, ay la Belleza! Ella en cambio brilla y la captamos mediante el más claro de los sentidos: la vista.
Siguiendo el concepto clásico, las formas, los colores y las melodías constituyen tan solo una parte de la belleza, pues en ella quedaban abarcados no solo los objetos materiales sino también elementos psíquicos y sociales, caracteres y sistemas políticos, la virtud y la verdad. La belleza ampliamente abarcaba no solo los valores que solemos llamar estéticos sino también los morales y cognoscitivos. Al fin de cuentas este concepto de lo bello difería muy poco del concepto del bien.
La concepción pitagórica de Platón, veía la esencia de la belleza en el orden, en la medida, en la proporción, en el acorde y en la armonía; concebía la belleza primero como una propiedad dependiente de la disposición (distribución, armonía) de los elementos y, como una propiedad cuantitativa, matemática que podía expresarse por números (medida y proporción). Platón explica que son la medida y la proporción, quienes deciden sobre la belleza de las cosas y les proporcionan unidad.
La filosofía moderna plantea definiciones sutilmente distintas. Para Kant “lo bello es lo que gusta sin interés”. Satisface necesidades. Para él, en el Bien no puede aparecer el interés, el único móvil del acto debe ser la buena voluntad. En su estética, Kant niega la belleza en cuanto algo que gusta con interés. Su imperativo categórico se trata de hacer el bien sin mirar para qué ni para quién. Por esto, cada uno se convierte en su propia autoridad moral.
Para incorporar un estímulo literario, en “El Juego de los Abalorios”, Herman Hesse lleva al extremo su visión dualista entre el instinto y la razón, el sentir y el pensar. La trama gira en torno a un juego, que en ningún momento queda explícitamente desarrollado ni definido, pero del que sabemos manifiesta una combinación de, entre otras cosas, melodía, armonía, cálculos y filosofía destacándose por su extrema complejidad. Deporte mental y arte practicado por eruditos, que se desarrolló en respuesta al deterioro que sufrió la humanidad en el siglo XX (época que en el libro se denomina ‘folletinesca’). Del mismo modo en que con un ábaco se organizan cifras para efectuar operaciones matemáticas, los coloridos y multiformes abalorios se dispusieron en un pentagrama mediante el cual, se efectuaron composiciones musicales cada vez más elaboradas hasta poder representar todos los elementos formativos, ya sea desde complejas ecuaciones astronómicas hasta tesis filosóficas y análisis sociales.
El escritor, reflejado en el protagonista, Joseph Knecht, también va adquiriendo a lo largo del relato un liderazgo basado en la creatividad. Mientras se convierte en el Magister Ludi Musicae, el maestro del juego de abalorios, esboza “una sociedad que recoge y practica lo mejor de todas las culturas y las reúne en un juego de música y matemáticas que desarrolla las facultades humanas hasta niveles insospechados.”