¿Notaron que los chicos piden ver la misma película tantas veces como sea posible? ¿Cómo hacen para creer en lo increíble de un modo que les permita volver a asombrarse cada vez? Pienso que son conscientes de lo que va a pasar, y eso también les proporciona certeza, pero hacen de cuenta que no lo saben y se abandonan a la narración. Escuché alguna vez a un experto en cine comentar que la historia subyacente a las formas clásicas de relato es siempre la misma. En los libros que nos emocionan o las películas que nos inspiran, hay un mismo cuento que se teje contra el fondo de la historia. Es la narración del amor correspondido o no, la de la gesta heroica o la de la pertenencia a un grupo en el cual se juega la propia identidad. Tal vez los niños detectan esa red. Encuentran ese relato de relatos independientemente de la máscara de la historia. En cambio, los adultos, necesitamos que nos cuenten la misma historia universal con máscaras distintas en cada oportunidad. Para creer en lo increíble buscamos un cuento nuevo, más convincente, más real, aunque en la trastienda, nos hable de lo mismo que nos conmovía cuando niños.
Pienso ahora que en la propia infancia de la Filosofía, el estoicismo desarrolló una concepción metafísica del tiempo que planteaba una infinita repetición del mundo, el cual se extinguía para volver a crearse. El mundo era vuelto a su origen por medio de la “conflagración”, donde todo ardía en fuego. Una vez quemado, se reconstruía para que los mismos actos ocurrieran una vez más en él, sin ninguna posibilidad de variación. Siglos después Friedrich Nietzsche cantaba “Vale Cuatro” y planteaba que no sólo los acontecimientos se repiten, sino también los pensamientos, sentimientos e ideas, vez tras vez, de forma infinita e incansable. Por supuesto, por poética que resulte la noción, ningún modelo científico fue desarrollado aún para comprobar su vehemente postulado.
En el borde de la ciencia en cambio, el psicoanálisis ofrece una forma menos poética pero más pragmática para pensar acerca de las repeticiones. La “compulsión a la repetición” se define como un rasgo patológico, que ocurre cuando el individuo sucumbe a la pulsión de muerte y vuelve a atravesar las mismas situaciones dolorosas: relaciones que lo hacen sufrir, circunstancias que lo angustian, decisiones que le provocan sufrimiento. La buena noticia es que la visión psicoanalítica del mundo deposita en el sujeto la posibilidad de trabajar para burlar o al menos contener la pulsión de repetir su historia triste, mientras la concepción estoicista presenta la repetición como una cuestión fatal e inevitable a la que el sujeto debe resignarse.
El fantasma de la repetición asoma en cada una de nuestras historias personales, así como en la historia de los grupos de los que formamos parte. Desde nuestro barrio, pasando por nuestro ser nacional, hasta la propia identidad como seres humanos. Aparece bajo la consigna de esa narración universal que se adivina contra el fondo de las circunstancias. Se presenta a veces con dramatismo y urgencia, haciéndonos sentir un perfecto “dejá vu”. Hacerse cargo de aquella narración parece ser indispensable para transitarla, sino con éxito, al menos con dignidad. Aunque nunca sabremos a ciencia cierta si somos nosotros quienes la escribimos o si, dictada desde la eternidad, nos incluye apenas como sus partícipes necesarios.