De nuevo Hesse. Esta vez, la historia gira en torno al descubrimiento mutuo, lucha y conciliación final entre dos realidades -aparentemente antagónicas, más luego, complementarias: lo consciente y lo emotivo.
Los protagonistas de esta historia se caracterizan por llevar al extremo -esos- sus propios ideales: Narciso, como hombre puro lejos de la vida terrenal; Goldmundo, como hombre cercano a los goces sensitivos. En ellos queda representado lo racional y lo intuitivo, lo sensato y lo sensible, la ciencia y el arte.
En un diálogo que mantienen aún jóvenes, Narciso explica a Goldmundo: “Vuestra patria es la tierra y la nuestra la idea. El peligro que os acecha es el de ahogaros en el mundo sensual; a nosotros nos amenaza el de asfixiarnos en un recinto sin aire”
Una vez más, presenciamos un encuentro frontal entre dos extremos para entender la vida. Lo que pasa y lo que hace que las cosas pasen, ambos se figuran en planos de importancia muy distintos. Esto es como la confrontación entre el mundo paterno, encarnado en el logos y la ciencia, y el arte maternal, que no representa una certeza sino una búsqueda de por vida. Ya lo mostraría también Borges, con su Historia del Gerrero y La Cautiva, aunque de forma distinta y con otras circunstancias, dejaba expuesto el mismo debate interno: lo razonable y heroico contra lo bárbaro y apasionado. Dando como resultado un cambio en su vida, en cada uno de los casos, ocurre por decisión de ellos mismos. Casualmente, a la obra de Borges, se la dice proveniente de un doble linaje alojado en las diferencias culturales entre padre y madre.
En definitiva, Hesse despliega en esta novela la controversia que nace del corazón de los hombres: la pretensión de poner orden en sí mismos a partir de la aceptación de lo que uno mismo es.
Lo hace a través de Goldmundo, quien re-orienta su vida ponderando sus sentidos, revelándose contra las imposiciones de un padre ausente, que le proyectaba culpas ajenas. Esta actitud liberadora a favor del cambio, nos invita a pelear por ser nosotros mismos, a elegir cómo vivir nuestra existencia, arriesgarnos y explorar nuevos caminos, sin importar cuántos peligros tengamos que sortear. En voz de Galeano «somos lo q hacemos para cambiar lo q somos…»
Como ya se nos ha dicho muchas veces, ningún extremo es sano. Pero en este caso, y en pos de obtener una moraleja, ambos personajes finalmente se precisan para completar sus vidas. El espíritu, sin un alma donde vivir queda habitando un mundo insustancial negado a explotar su potencial. Un alma desconectada de un destino, de un ideal que le transcienda, se limita a acumular acciones que no aportan a su desarrollo. De este modo, a pesar de que es Goldmundo el personaje atractivo sobre el que se ponen los acentos, permanece constante en nuestra conciencia, la presencia de Narciso a modo de guía que ayuda a no perderse en los cruces del camino y a reconocer que, en ocasiones, evaluar otras opciones puede ser la mejor opción:
“Ahora veo con claridad, por vez primera, que hay muchos caminos para el conocimiento y que el del espíritu no es el único y acaso no sea el mejor”, se sincera Narciso hacia el final de la historia.
Lo que está de un lado falta del otro, la diferencia y el movimiento serán la clave de la construcción.