Desafíos
¿Cuáles son los desafíos del liderazgo en las empresas? Hoy y mañana. ¿Qué líderes necesitamos? En estas páginas encontrarás el puntapié inicial de nuestra propuesta y una reseña bibliográfica para alimentar la reflexión. “Desafíos” fue la idea de un newsletter primero, la de un blog después y finalmente la de una mesa de debate. Hoy esperamos que sea todo eso junto.

consumo

19/09/17 Reseñas # ,

De la ética del trabajo a la estética del consumo ll

Retomamos en esta edición el trabajo de Horacio Bolaños sobre la obra de Zygmunt Bauman.

 

Consumo y educación

Ahora bien, este conjunto de habilidades del “buen consumidor” ¿dónde se aprenden? La espontaneidad, el dejarse tentar, el estar alerta ante lo novedoso, lo divertido, lo instantáneo ¿requiere de formación previa? ¿Es preciso capacitarse, estudiar, entrenarse para ser un efectivo integrante del conjunto de los consumidores? ¿Son necesarias instituciones como otrora las fábricas, los talleres, los cuarteles (temporariamente obligatorios) para modelar a los nuevos agentes sociales? Todo parece indicar que las respuestas a estos interrogantes son negativas. Es el mismo mercado el que moldea a sus actores diestros y exitosos. ¿Es de extrañar entonces la crisis de nuestro sistema educativo?

Como el conocimiento requerido para las elecciones –fugaces- en el mercado es empírico, se procuran recetas y no fundamentos, reacciones y no deducciones, aproximaciones y no precisiones. ¿Puede extrañar, entonces el éxito de los gurúes, los falsos profetas, los brujos y los traficantes de paraísos químicos?

 

La estética del consumo

La sociedad de consumo es la sociedad de las sensaciones, de los estímulos, del vértigo. Por ello habla Bauman de la estética: “El consumo, siempre variado y rico, aparece ante los consumidores como un derecho para disfrutar y no una obligación para cumplir”. Los consumidores se guían por intereses estéticos, no por normas éticas. Porque es la estética, no la ética, el elemento integrador en la nueva comunidad de consumidores. La sociedad de la producción asignaba un valor central al trabajo bien realizado, la estética premia más las experiencias cortas e intensas. El cumplimiento del deber tenía su lógica interna que dependía del tiempo y por eso lo estructuraba, le otorgaba una orientación, le confería sentido a nociones como acumulación gradual o demora de las satisfacciones. Ahora en cambio, ya no hay razones para postergar la búsqueda de nuevas experiencias; la única consecuencia de esa demora es la pérdida de oportunidades, porque la oportunidad de vivir una experiencia no necesita preparación ni la justifica; llega sin anunciarse y se desvanece si no se aprovecha.

Como del futuro se espera que depare cada día nuevas y más sorpresas a ser satisfecha de manera inmediata, tanto el ahorro como la previsión pierden su atractivo. Por lo tanto, tratar de anticipar el futuro, programándolo, le quita el encanto de la sorpresa y el vértigo.  ¿Es de extrañar, entonces la crisis de los sistemas jubilatorios?

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05/09/17 Reseñas # ,

De la ética del trabajo a la estética del consumo

Horacio Bolaños es Licenciado en Filosofía de la UBA. Ha sido Gerente de Capacitación y Desarrollo en Xerox Argentina, en ESSO Argentina y en Grupo Quilmes. Los últimos años fue Director en Great Place to Work de Argentina, Uruguay y Paraguay. En las siguientes dos ediciones, publicamos de su pluma, un agudo análisis sobre la obra de Zygmunt Bauman.

 

Con este llamativo título comienza Zygmunt Bauman el segundo capítulo de su libro Trabajo, consumismo y nuevos pobres[1].  Bauman fue profesor emérito de la Universidad de Leeds (GB) y un prestigioso pensador de las ciencias sociales que se especializó en el análisis de las transformaciones del capitalismo tardío (o posmodernidad). En las líneas siguientes trataremos de presentar los puntos salientes de su análisis de ese trabajo e intentaremos aportar algunas reflexiones sobre el tema.

El título nos obliga, primero a recordar las diferencias entre ética y estética. La ética es la reflexión filosófica (es decir, sistemática y crítica) sobre el fundamento de las normas morales. Su campo es el del deber ser.  La estética, por su parte, en la concepción tradicional, es la reflexión filosófica sobre los fundamentos del arte, las preferencias, las sensaciones. Su campo, al menos en el sentido con que lo utiliza Bauman, es el de las experiencias de los sentidos.

 

La ética del trabajo

 Al hablar de ética del trabajo, Bauman se refiere a los valores centrales que necesitó articular la sociedad occidental a partir de la revolución industrial. Sin una valoración del esfuerzo, del trabajo organizado, de la disciplina, de la postergación del disfrute, no hubiera sido posible estructurar organizaciones como los grandes centros fabriles de donde surgieron las rugientes locomotoras, los deslumbrantes transatlánticos o las contaminantes usinas eléctricas, características de los primeros años del siglo XX. Por tal motivo, la sociedad de nuestros abuelos y bisabuelos también se la entiende como la sociedad de la producción, dado que sus integrantes se dedicaron, principalmente, a ella.

La manera en que aquella sociedad formaba a sus integrantes estaba dada por la necesidad de desempeñar el papel de productores, por lo tanto, la obligación que se imponía a sus miembros era la de adquirir la capacidad y la voluntad de producir. Pero producir de manera serial, mecánica, masiva y reiterativa.

Por eso, la forma en que aquellas organizaciones moldeaban a la gente procuraba comportamientos predecibles y pautados. La fragmentación de las tareas en pasos simples aseguraba el intercambio impersonal de sus ejecutantes.  Es por estas características que, tal como señala acertadamente Peter Druker, el modelo militar de los cuarteles territoriales y del servicio militar obligatorio fue un patrón rápidamente adoptado por las incipientes fábricas de producción seriada.

La “ocupación“ de las personas ayudaba a que éstas encontraran una identidad y su ubicación en la estructura de la sociedad. Los obreros, los supervisores, los gerentes o los propietarios constituían grupos separados con pautas de vida homogéneas entre sí, hecho que permitió el origen del concepto de clase social. La clase, a su vez, condicionaba fuertemente las vocaciones y el proyecto de vida. Continuar leyendo

01/08/17 Reflexiones , Reseñas # ,

La sociedad del cansancio

La sociedad del cansancio

En las últimas ediciones hemos intentado reflexionar sobre dos condicionantes del comportamiento humano: por un lado, el impacto de las nuevas tecnologías, en particular internet; por otro, la definición de un sistema estructurado a partir de la posibilidad de la mirada permanente del otro: el panóptico.

Byung- Chul Han nos permite contemplar estas dos ideas y darles consistencia bajo la lógica de una explicación más amplia.

Según el filósofo coreano, así como el Panóptico había definido un patrón de comportamientos esperados en la Era Industrial, el hombre de la Posmodernidad ha abandonado el temor provocado por la amenaza de la mirada disciplinaria de un tercero, sustituyéndolo por una noción aún más eficiente y exigente: la permanente demanda de rendimiento. Si las cárceles, las fábricas y la escuela se habían erigido como “instituciones panópticas”, son las torres corporativas y los gimnasios las nuevas instituciones de rendimiento del siglo XXI. Allí la supervivencia solo se alcanza a base de hiper-exigencia y exceso de positividad. Vacío de negatividad, de “no poder”, el superhombre Posmoderno que “todo-lo-puede” exige su propio rendimiento hasta llevarlo al límite de lo posible y aún más allá. Eso le provoca dos efectos simultáneos;

  • El primero por supuesto, es el cansancio, el agotamiento que se produce cuando no hay posibilidad primaria de aburrirse sino carrera desesperada por llenar cada espacio que se adivina quedará incompleto. El aburrimiento crea la condición de posibilidad de la originalidad, en cambio, la huida del aburrimiento, solo reproduce el status quo.
  • El segundo efecto es la depresión. La mirada no solo disciplina. Antes que eso, ella constituye al observado como persona erótica. El impulso vital es Eros, al Eros sigue el Logos. Sin intención erótica no hay como jugar y entonces no hay oportunidad de ser. Sin aquel que mira no hay Eros. Al no participar del Eros ni del Logos, el hombre Posmoderno queda marginado de todo intento de mutuo reconocimiento y se hunde en la depresión. Por eso las enfermedades contemporáneas no son infectológicas sino neurológicas, se trata del hombre buscando ser visto para redimirse de su propio agotamiento autoimpuesto. Justamente es en la “vida on line” donde más se fomenta esta despersonalización de la mirada, donde cada individuo pierde registro del reconocimiento de un tercero y solo es visto por sí mismo.

Mientras completaba la lectura, escuchaba una propaganda en la radio: «Familia, Deporte, Trabajo, Deporte, Trabajo, Familia, Trabajo, Deporte, Familia…. No podes más? Tomá vitaminas Aurelio. Vitaminas Aurelio. Para alcanzar tu máximo potencial.»

Notable como la sociedad del rendimiento bajo la pretensión de liberarnos promueve el encarcelamiento en nuestra propia lógica de máxima performance, a la par que ofrece para ello energía en pastillas… ¿Y la libertad? ¿Y la elección? ¿Y la vocación?

En la próxima entrega, seleccionamos a modo de Resumen algunos pasajes de “La Sociedad del Cansancio”, directamente de la pluma del autor.

06/06/17 Reseñas # , ,

Vivimos en dos mundos paralelos y diferentes: el online y el offline

Vivimos en dos mundos paralelos y diferentes: el online y el offline

Resumen de artículo de Zygmunt Bauman- mayo 2014

 

Elegí llamar ‘modernidad líquida’ a la creciente convicción de que el cambio es lo único permanente y la incerteza la única certeza. La vida moderna puede adquirir diversas formas, pero lo que las une a todas es precisamente esa fragilidad, esa temporalidad, la vulnerabilidad y la inclinación al cambio constante.

La incertidumbre es nuestro estado mental que está regido por ideas como “no sé lo que va a suceder”, “no puedo planificar un futuro”. El segundo sentimiento es el de impotencia, porque aun cuando sepamos qué es lo que debemos hacer, no estamos seguros de que eso vaya a ser efectivo: “no tengo los recursos, los medios”, “no tengo el poder suficiente para encarar el desafío”. El tercer elemento, que es el más dañino psicológicamente, es el que afecta la autoestima. Uno se siente un perdedor: “no puedo mantenerme a flote, me hundo”, “son los demás los exitosos”. En este estado anímico de inestabilidad, maníaco, esquizofrénico, el hombre está desesperado buscando una solución mágica. Uno se vuelve agresivo, brutal en la relación con los demás. Usamos los avances tecnológicos que, teóricamente deberían ayudarnos a extender nuestras fronteras, en sentido contrario. Los utilizamos para volvernos herméticos, para cerrarnos en lo que llamo “echo chambers”, un espacio donde lo único que se escucha son ecos de nuestras voces, o para encerrarnos en un “hall de los espejos” donde sólo se refleja nuestra propia imagen y nada más.

Hoy vivimos simultáneamente en dos mundos paralelos y diferentes. Uno, creado por la tecnología online, nos permite transcurrir horas frente a una pantalla. Por otro lado, tenemos una vida normal. La otra mitad del día consciente la pasamos en el mundo que, en oposición al mundo online, llamo offline. Según las últimas investigaciones estadísticas, en promedio, cada uno de nosotros pasa siete horas y media delante de la pantalla. Y, paradojalmente, el peligro que yace allí es la propensión de la mayor parte de los internautas a hacer del mundo online una zona ausente de conflictos. Cuando uno camina por la calle en Buenos Aires, en Río de Janeiro, en Venecia o en Roma, no se puede evitar encontrarse con la diversidad de las personas. Uno debe negociar la cohabitación con esa gente de distinto color de piel, de diferentes religiones, diferentes idiomas. No se puede evitar. Pero sí se puede esquivar en Internet. Ahí hay una solución mágica a nuestros problemas. Uno oprime el botón “borrar” y las sensaciones desagradables desaparecen. Estamos en proceso de liquidez ayudada por el desarrollo de esta tecnología. Estamos olvidando lentamente, o nunca lo hemos aprendido, el arte del diálogo. Entre los daños más analizados y teóricamente más nocivos de la vida online están la dispersión de la atención, el deterioro de la capacidad de escuchar y de la facultad de comprender, que llevan al empobrecimiento de la capacidad de dialogar, una forma de comunicación de vital importancia en el mundo offline.

El futuro de nuestra cohabitación en la vida moderna se basa en el desarrollo del arte del diálogo. El diálogo implica una intención real de comprendernos mutuamente para vivir juntos en paz, aun gracias a nuestras diferencias y no a pesar de ellas. Hay que transformar esa coexistencia llena de problemas en cooperación, lo que se revelará en un enriquecimiento mutuo.

Hallamos un sustituto a nuestra sociabilidad en Internet y eso hace más fácil no resolver los problemas de la diversidad. Es un modo infantil de esquivar vivir en la diversidad.

18/04/17 Relatos # , , ,

La Meta ll

La mirada se me ha quedado clavada en la lata de cerveza que tengo en la mano. Mientras bebo, observo el suave acabado del aluminio. Es verdaderamente impresionante pensar que esta lata era hasta hace poco una roca bajo el subsuelo y que, gracias a la tecnología desarrollada por la producción en cadena, se ha convertido en algo tan liviano y maleable, tan fácil de utilizar una y otra vez… ¡Sorprendente! ¡Un momento!, creo que lo tengo. Tecnología. Eso es lo que cuenta. Tenemos que mantenernos al frente del desarrollo tecnológico. Eso es esencial… ¡Es la meta! Pero… pensándolo mejor… no es exacto. Si la tecnología es la meta, ¿cómo es que los puestos de mayor responsabilidad en una compañía industrial no son los de Investigación y Desarrollo? ¿Por qué siempre aparece este departamento en la periferia de los organigramas de las Compañías? Aunque tuviésemos el último grito en toda clase de máquinas que pudiéramos usar, es evidente que eso no solucionaría el problema.

La tecnología es importante, pero no es nuestra meta. Entonces, ¿será una combinación de calidad, eficiencia y tecnología? Pero así lo que resulta es un montón de metas importantes y eso no encaja mucho con lo que Jonah me dijo.

Sigo confuso. Miro colina abajo; frente a la gran caja metálica que es la fábrica hay otra más pequeña de vidrio, donde están las oficinas. Mi despacho está en la esquina izquierda de la fachada. Casi me parece ver a mi secretaria llevando montones de esos pequeños pedazos de papel donde se apuntan las llamadas telefónicas. Bueno. Levanto la lata de cerveza para echar el último trago y es entonces, con la cabeza echada hacia atrás, cuando los veo.

Más allá de la fábrica hay dos edificios, largos y estrechos. Son los almacenes. Están abarrotados con piezas de recambio y mercancía sin vender, de la que no hemos podido deshacernos. Un stock de veinte millones de dólares en productos acabados. Productos de calidad, hechos con las más modernas de las técnicas y producidos eficientemente. Todos ellos descansan en sus envases, sellados con sus respectivos plásticos en los que se ha introducido sus tarjetas de garantía e – incluso – un trocito de aire de la fábrica. Perfectamente estibados, a la espera de quien los compre. ¡Ahí están, muertos de risa! Continuar leyendo

12/04/17 Relatos # , ,

La Meta

La Meta

La fábrica parece un elemento más del paisaje. Es como si fuera consustancial al paisaje mismo. Sin embargo, sé que lleva allí sólo quince años y, es más, sé que es muy probable que no sobreviva los próximos quince. ¿Cuál es la meta? ¿Qué se supone que hacemos ahí? ¿Qué es lo que está manteniendo en marcha todo el montaje?

Jonah afirmaba que hay una sola meta. Bueno, pues no lo veo tan claro; a lo largo de la jornada se llevan a cabo un montón de operaciones, todas igualmente importantes…  por lo menos… la mayoría; si no, no las haríamos. Bueno, pues a mí me parece que todas ellas podrían ser metas. Quiero decir, por ejemplo, que la compra de materias primas es muy importante; hay que conseguir comprar a bajos costos…

Mientras pienso esto, oigo en mi interior la voz de Jonah diciendo “¿Es esta la meta?”. Me río y casi me atraganto al pensar que comprar barato pudiera ser la razón de la existencia de mi fábrica. Sin embargo, seguro que en el departamento de compras hay gente que piensa y actúa como si fuera esa la meta. Andan por ahí, alquilando almacenes para meter todas esas gangas que compran a bajo coste. ¿Qué tenemos ahora?; ¿alambre de cobre para treinta y dos meses?; ¿planchas de acero inoxidable para siete?… Toda clase de elementos que, por cierto, han inmovilizado millones y millones. No, definitivamente, comprar a precios económicos no es, ni mucho menos, la meta.

¿Qué más hacemos? Contratamos gente. Por cientos, aquí y por decenas de miles, en todas las fábricas UniCo. Nosotros, los empleados, somos – según las memorias anuales de la Compañía – “el valor más preciado de la UniCo”. En fin, bromas aparte, me alegro mucho de que la Compañía proporcione puestos de trabajo. Es estupendo recibir el salario con regularidad, pero lo que sí es cierto es que la fábrica no está para crear empleo. Después de todo, en los últimos meses hemos despedido a un montón. A pesar de lo que piensen los políticos, o mejor dicho, lo que dicen que piensan, lo cierto es que lo de la falta de empleo es algo que no se tiene en cuenta a la hora de abrir o cerrar una fábrica. Continuar leyendo

18/07/16 Reflexiones # ,

The Millionaire next door

The Millionaire next door

Escondido bajo un nombre digno del magazine vespertino que condujera Polino o el reality show nocturno que capitaneara Mariano Peluffo, Tomas Stanley & William Dancko, profesores de negocios de la Universidad de Albany, supieron realizar una de las más reveladoras investigaciones relativas a la acumulación de riqueza en los Estados Unidos.

“The Millionaire Next Door”, tal el nombre del trabajo, fue publicado por Longstreet Press en 1997.

La investigación recopila los resultados de una encuesta conducida por los autores y administrada a más de mil personas entre Mayo de 1995 y Enero de 1996. El cuestionario, de 250 preguntas, estaba dirigido a recoger información sobre actitudes y comportamientos referidos al patrimonio, la inversión y el gasto. Continuar leyendo

02/06/16 Reseñas # ,

La ética protestante y el espíritu del capitalismo

La ética protestante y el espíritu del capitalismo

Hace 106 años en Alemania se publicaba una de las obras de mayor valor en la historia de la Sociología. La ética protestante y el «ethos» del capitalismo, de Max Weber, se convirtió en un ícono de la ciencia social, no solo por la formidable rigurosidad técnica – metodológica sino por su valor «diagnóstico predictivo». Claro está que las palabras «ética protestante» y «capitalismo» no tenían por aquellos años la carga semántica que luego cobrarían durante el siglo XX. Pero Weber supo observar  que la religiosidad protestante era terreno apto para el desarrollo del sistema de reproducción económica de las sociedades modernas. Punto para él.

El texto completo está incluido en “Ensayos sobre Sociología de la Religión”, un libro de no menos de 1000 páginas en sus formatos de impresión tradicional. Está usualmente dividido en dos o tres tomos y abunda en tecnicismos y ultra tecnicismos, necesarios por otro lado para un abordaje científico,  así que su lectura no es cosa sencilla.

Por lo tanto, para no remitirlos al loop casi infinito que subyace en las páginas de «La ética protestante» propondré la reflexión sobre un atributo en particular del protestantismo que, según el bueno de Weber, favoreció el desarrollo del capitalismo como forma de organización económica. Se trata de la noción de «aplazamiento de la gratificación«.

La convicción de que existe un sentido moral en diferir la gratificación del consumo para más adelante, posibilita la aparición del ahorro y genera una expectativa de resultados o ganancia (¿rentabilidad?) que postergada en el tiempo, aumenta.

Siempre me pareció fantástica esta idea. Pero contra Weber, diré que más que un rasgo de la religiosidad protestante es una configuración antropológica esencial. Dicen ciertos biólogos de Harvard (aún controvertidos por el paradigma oficial) que el hombre es hombre desde que aprendió a cocinar. El salto evolutivo del homo erectus al sapiens se habría dado a partir del descubrimiento de cómo cocinar alimentos. Y cocinar además de permitir aplicar menos tiempo a la ingesta y digestión, ¡posibilita diferir el consumo! Planificar la recolección y la caza, conservar el producto de ellas postergando el goce bajo la racionalidad de la supervivencia.

Recuerdo a mi profesor de Cálculo Financiero I en la UBA. Trossero. Un saludo afectuoso donde fuera que esté. Cierta mañana de abril de 1997 recitó este principio universal de la Ciencia económica antes sus jóvenes alumnos: «El ahorro también es consumo, solo que consumo diferido. Ahorramos con la expectativa de consumir más y mejor, mañana. «El primitivo homo sapiens hubiera discrepado tal vez, de tener la oportunidad de disertar con Trossero. Habría dicho: «Ahorramos para sobrevivir.» Notable que en nuestra memoria biológica tengamos este mandato. ¿Está grabado entonces, en algún lugar de nuestro subconsciente, que mientras ahorremos, viviremos? Si esto es cierto, un hombre que haya acopiado tantos bienes tal que no fuera posible consumirlos en el horizonte temporal de su vida, debiera con justa causa, sentirse inmortal. Acopiar y diferir gratificación provocan la engañosa ilusión de que es posible gambetear a la muerte. La única certeza que en definitiva, tenemos como seres humanos.

Por lo pronto yo ya reserve un pasaje a Tailandia para el verano así que está claro que es imposible  que vaya a morirme antes de viajar, ¿no? Doscientos mil años de evolución no pueden estar tan equivocados.

26/11/15 Reseñas # , ,

Vida de Consumo

Vida de Consumo

Aclaración metodológica

Bauman aclara que la identificación de una “era de consumismo o sociedad de consumidores” y una “era de productores o sociedad de producción”, se inscribe en la definición de “tipos ideales” weberianos. Es decir, no deben tomarse estas categorías como explicaciones lineales de la realidad, sino como una modelización simplificada de ella para intentar “pensar acerca de la realidad”. Los tipos ideales pretenden sintetizar los “hechos” sociológicos relevantes, enfatizando sus rasgos comunes más que sus diferencias, para abrir juicio acerca de la “episteme” de una época determinada (el conjunto de ideas reificadas para una sociedad, lo que sus miembros asumen como natural, biológicamente dado). No deben ser trasladas como interpretación directa del comportamiento de uno u otro individuo o de todos ellos en una comunidad.

Era de productores o Sociedad de producción

La “era moderna” se caracterizó por dar lugar a una sociedad que “interpelaba” a sus miembros como “productores” o como “soldados”. Los mecanismos de exclusión de miembros de la sociedad (aquellos que no respondían adecuadamente a la interpelación social) discriminaban a las personas según su capacidad de asumir alguno de estos dos roles. Retomando la idea freudiana de que la sociedad persiste en última instancia por la represión de los impulsos individuales, Zygmunt Bauman analiza los mecanismos de coerción junto con los de exclusión, concluyendo que la modernidad implicó la ruptura con los mecanismos coercitivos de “Ley Divina”, para dar paso a la coerción a partir de la “Ley de la Comunidad” o la “Ley de los Estados”. Este mecanismo coercitivo implicó dos grandes efectos:

  1. que la “era de productores” se configurase a partir de una lógica del “sacrificio”, donde el goce inmediato debía postergarse en función de la conveniencia del conjunto, del “bien de la comunidad”.El éxito individual se consigue a través del acopio de riquezas y del ahorro.

  2. que la concepción del hombre como tal, fuera la de un “ser imperfecto”, cuyo rol en el mundo no es “respetar” la naturaleza sino “transformarla”, mejorarla y en el proceso de transformación “mejorarse” y “llegar a ser”.Esta cosmovisión es definida por Bauman como “desafío prometeico”.

El conflicto social (reivindicación de los excluidos que desafían los mecanismos coercitivos) se da a través de la “enajenación” del concepto “fuerza de trabajo” o “mano de obra”. En la sociedad de productores, la obtención de mano de obra se vuelve una variable clave para desempeñar de manera adecuada el rol socialmente apreciado del productor. Solo que el productor no posee la “fuerza de trabajo” y debe adquirirla. Para adquirirla ofrece trabajo y quien demanda trabajo (y posee la capacidad necesaria) lo vende. El conflicto se entabla a partir de que la “fuerza de trabajo” no puede ser separada de su poseedor, con lo cual la lucha de clases se establece entre:

  • la preservación de la identidad por parte de quien posee la fuerza de trabajo pero no el capital para transformarse en productor

  • la enajenación de la identidad de los trabajadores por parte de los productores que necesitan el trabajo de los otros para conservar su status social.

La mercancía (el producto de la transformación en la que intervienen el Capital y el Trabajo) “esconde” el conflicto social necesario para ser obtenida.

Era de consumismo o Sociedad de consumidores

Cuando tanto Capital como Trabajo son “enajenados”, “cosificados”, “alienados”, “negados de subjetividad”, o “transformados en sí mismos en mercancía o producto”, se comienza a establecer una nueva episteme: la de la era del consumismo. En ella, sus miembros ya no son interpelados como “productores” sino como “consumidores”.  Son excluidos quienes fallan al desempeñar el rol de consumir, no el de producir.

El “desafío prometeico” deja lugar a la “vergüenza prometeica”. Conseguida la meta de la transformación del mundo a través de sus productos, el Hombre Productor se siente “orgulloso” hasta que comprende que no ha mejorado  “el mismo” en la producción, sino que se ha enajenado,  lo que le impide “llegar a ser”, siendo incluso “su propio Producto” mejor que él mismo. Esto “avergüenza” al Hombre Productor que solo encuentra refugio “transformándose a sí mismo” en producto.  Un producto aceptado socialmente cuya misión social es consumir otros productos para seguir siendo apreciado.

Pero para consumir permanentemente deben garantizarse dos condiciones:

  • que los productos que se consumen tengan poca vida útil, en rigor que tengan duración instantánea y una metodología de desecho y disposición final autoadministrada (porque si duraran mucho o no pudieran ser fácilmente descartadas el consumidor “dejaría de ser”, al no requerir reemplazo para seguir obteniendo la prestación)

  • que los productos que se consuman no satisfagan una necesidad real (porque si la necesidad fuera satisfecha, la persona ya no necesitaría seguir consumiendo y por lo tanto su “rol socialmente reconocido” no podría ser desempeñado).

Si el “largo plazo” era el tiempo de los productores, el tiempo de los consumidores es el “puntillismo”,  un tiempo donde solo existe el aquí y el ahora y el “deseo” instantáneo de  satisfacer una necesidad que “nació muerta”, que por definición no podrá ser satisfecha.

Desafios de la construccin