Todos hemos sido defraudados alguna vez. Y seguramente hemos causado decepción en otros. En el trabajo, en el amor, con los amigos, en la familia… O cuando una asociación comercial se quiebra, o cuando quien creíamos conocer actúa de una manera inesperada. Ante sus actos quedamos paralizados, incrédulos y dolidos, reclamando al Cielo por la injusticia con que se nos castiga…
Sin embargo sufrir una decepción es una excelente oportunidad para el aprendizaje y el crecimiento. Por supuesto que podrá decirse que constituye un buen momento para repasar los acontecimientos y evaluar que podríamos haber hecho distinto, pero no voy por ahí. Las decepciones son en sí mismas una oportunidad para aprender y crecer en el sentido de que nos imponen un desafío actitudinal, una prueba de fuego para nuestro carácter y nuestra capacidad de reconciliarnos, no solo con quien nos defraudó, sino con nosotros mismos.
No se aprende de las decepciones si se actúa con rencor o con intención de venganza. No se aprende si se culpa a la suerte o la fatalidad. Pero tampoco si se responde con autocompasión y perspectiva victimizada. Ahora, si ser decepcionado permite la aceptación de la libertad del otro, así como el reconocimiento de la propia libertad, nada es más aleccionador que su trance.
El final de un acuerdo, un deseo o una expectativa libera energía de manera inmediata, promueve un nuevo equilibrio. Culpabilizar a otro o culpabilizarse uno mismo, es una forma de intentar que esa energía permanezca encapsulada. Nada menos sabio que eso. Aunque el arte abunde en expresiones y recomendaciones de emprender el camino de la insistencia, la pena, la venganza o la autoagresión, no existe mayor sabiduría que la de reconocer la libertad que se nos ofrece tras un desengaño. Claro que aceptar esa libertad requiere valentía y disposición para enfrentar nuestro propio crecimiento.
Las cosas no resultaron como esperabas. So what? Esa puerta que se ha cerrado, sin culpas de terceros ni propias, sin sabotajes cósmicos ni boicots organizados, es solamente una puerta que se cierra, y debería recordarnos que existen miles de puertas esperando para que sigamos nuestro viaje, con solo apartar la vista hacia otro lado.