Ryszard Kapuscinski fue un hombre blanco. Es razonable suponer que vino al mundo como reencarnación tardía de Marco Polo, aunque empleado por la Agencia de Prensa Polaca en lugar de Kublai Khan. Pero si el bueno de Marco efectivamente reencarnó en Ryszard, lo hizo mejorado, como ocurre con todos los seres que tienden al «mahasamadhi». O quizás Marco y Ryszard hayan sido sendos avatares de una misma divinidad. El “Dios de la Crónica”, esa forma de descripción de los escenarios y los acontecimientos que agrada, emociona y promueve la reflexión a partir de la imparcialidad y la suspensión del juicio crítico.
Kapuscinski nació en Polonia pero vivió en África, dedicando diversas crónicas a sus vivencias de 40 años en un continente en proceso formal de «descolonización». Durante la segunda mitad del siglo XX, las grandes potencias europeas fueron abandonando el gobierno de los países africanos en favor de protoburguesias locales y ese cambio social es descripto en los relatos que menciono, sin pretensión alguna de moraleja política o filosófica, y en cambio con estricto ánimo antropológico o periodístico (pero no del militante). Ébano, es el libro que reúne esas historias, y así como «África» no existe, pues lo impide la diversidad de sus sub culturas, justo es decir que tampoco existe «Ébano».
África es un espacio de senderos que se transitan en fila india, senderos abiertos a pura pisada por pueblos que los recorrieron de modo irregular y discontinuo, camino hecho al andar. Pueblos que debieron migrar de modo permanente, forzados por las guerras de clanes o las guerras de la naturaleza. Pueblos que, si subsistieron malamente, solo lo hicieron por un impulso de mancomunidad. Es por eso que el individualismo no es posible en este continente, y entonces tampoco lo es su identidad.
Pero además, en África no existe el tiempo, que solo es voluntad de los sujetos y se activa o suspende según su deseo. No hacía falta Einstein para refutar las leyes universales de Newton. Ya lo habían refutado los africanos, cuyos transportes no salen a ningún horario sino solo cuando están llenos ¿Y que es aquello que ocurre en el intervalo en el cual se llena el transporte? ¿No es acaso «tiempo»? Pues en rigor, y para la experiencia de quienes aguardan, aquello nunca ocurrió. No hay espera en África. Solo suspensión de la actividad vital, solo pausa, solo elongación de Chronos, como si transcurriera a la velocidad de la luz, o aún más allá, adentro de la eternidad.
Y quizás por eso tampoco importa demasiado la muerte, cuando la estructura de la realidad incorpora en pie de igualdad a los vivos, a sus antepasados y a los espíritus, quienes intervienen de idéntica forma en el gobierno de las comunidades y sus decisiones administrativas, Triunvirato de poderes de los estados nación de Occidente, o Santísima Trinidad.
Al fin y al cabo, Ébano tampoco es esto que aquí les cuento, sus pocos senderos que si pude recorrer, esos caminos sinuosos que ya se cierran luego de mi paso y acaso no dejan rastro de alguna vez haber sido abiertos, como tantos otros que acaso hayan ocurrido o algunos más que algún día ocurrirán.